Hacía años, y hablo de 20, que no asistía a un pleno municipal y la sensación que tengo tras haber estado como espectadora en uno hace escasos días es de decepción y asombro.
El Pleno es el máximo órgano de representación política de los ciudadanos, sin embargo, los políticos no están a la altura de dicha representación.
Comentarios fuera de lugar, insultos, palabras mal sonantes, subidas de tono, algarabía y sorna fue lo que tuvo que soportar, ante mi presencia, la Alcaldesa-Presidenta durante la sesión. Pero yo me pregunto, ¿por qué aguantó tanto?
Durante las intervenciones, al concejal protagonista de este comportamiento se le instó a que se tranquilizase, a que cuidase su lenguaje e, incluso, se le recordó que se le podía expulsar del Salón de Plenos si continuaba con esa conducta. Pero, yo me vuelvo a preguntar, ¿por qué se aguantó tanto?
Vivimos en una sociedad en la que desde la esfera política se nos alienta a denunciar y a plantar cara a los malos tratos, tanto verbales como físicos, y así debe ser. Pero, ¿por qué concejales consienten que otro concejal maltrate verbalmente en el ámbito político a una autoridad oficial? ¿Es que en política toda vale? No, no todo vale.
Si una vejación verbal es un maltrato para cualquier ciudadano, también lo es para un político. ¿Dónde está entonces ese ataque al maltratador?
La coherencia y la honestidad de nuestras palabras y actos es una parte fundamental para ser una buena persona y ciudadano. No es ético promover una conducta y llenarnos la boca defendiéndola en un ambiente, y en otro callarnos como putas.
Sin embargo, no solamente es responsable de este comportamiento el concejal sin educación, también el político que tiene la autoridad para zanjar esta conducta y la permite ¿hasta cuándo? ¿Dónde está el límite? ¿En el insulto número cuatro? ¿En el insulto de grado diez? Aquí también tolerancia cero.
Esta vivencia me recordó a otras actuaciones también políticas. Cuando salen casos de corrupción política en nuestro entorno más cercano, es habitual oír comentarios entre los vecinos de que ya se sabía que Fulanito metía la mano en las arcas, pero ¡es que últimamente se estaba pasando tres pueblos! Es decir, le consentimos meter una mano, pero no si mete las dos. En definitiva, permitir un mal, una mala conducta, dependiendo de su gravedad. Craso error.
Si mi hijo pega una patada a otro niño en el parque le castigo de inmediato, no espero a que le arree dos, más un bofetón, para actuar. Las malas actuaciones son malas en sí mismas, no por la cantidad o el grado de su intensidad.
Tampoco se puede medir una pésima conducta bajo el prisma de la repercusión que pueda tener para aquella persona que planta cara. Es decir, yo no debo plantearme el llamar la atención a un niño que pega a otro en función de la reacción de sus padres.
Hablo muchas veces de protocolo oficial y de protocolo social, sin embargo hasta ahora no me había percatado de la simbiosis de estos dos protocolos.
Para terminar esta reflexión quiero compartir con vosotros unos versículos del Apocalipsis:
3.15. Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
3.16. Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.
©Portugal Bueno, 2017