El presente curso académico, 2012-2013, es el Año de la fe que ha sido inaugurado con la celebración de una Santa Misa en la Plaza de San Pedro de Roma y en la cual han concelebrado con el Papa los cardenales, patriarcas, y arzobispos mayores de las Iglesias Orientales Católicas, los obispos Padres sinodales, los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo, el patriarca ecuménico Bartolomé I de Constantinopla y el arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana Rowan Williams.
Benedicto XVI durante la homilía ha anunciado que el Año de la fe está unido a la trayectoria que la Iglesia ha llevado acabo durante los últimos 50 años, desde el Concilio Vaticano II “mediante el magisterio del siervo de Dios Pablo VI, que convocó un ‘Año de la fe’ en 1967, hasta el Gran Jubileo del 2000, con el que el beato Juan Pablo II propuso de nuevo a toda la humanidad a Jesucristo como único Salvador, ayer, hoy y siempre”.
Para el Santo Padre este Año de la fe responde a una necesidad actual ya que vivimos una “desertificación”espiritual“ ya que “un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor”, ha añadido el Pontífice.
“En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo. Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino”, ha explicado Benedicto XVI.
El Papa nos invita a todos a vivir el Año de la fe como una peregrinación en la que llevemos el evangelio y la fe, porque “el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago, o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo?”, nos pregunta el Santo Padre.
Por su parte, el patriarca ecuménico Bartolomé I de Constantinopla ha agradecido la invitación a la inauguración del Año de la fe y ha manifestado que “ nuestra presencia aquí significa y sella nuestro compromiso de testimoniar juntos el mensaje de salvación y sanación para nuestros hermanos más pequeños: los pobres, los oprimidos, los olvidados en el mundo que Dios creó. Recemos por la paz y la salud de nuestros hermanos y hermanas cristianos que viven en Oriente Medio. En el torbellino de violencia, separación y división que se extiende cada vez más a los pueblos y las naciones, puedan servir de modelo para el mundo el amor y el deseo de armonía que aquí profesamos y la compresión que buscamos mediante el diálogo y el respeto mutuo. Y que la humanidad pueda tender la mano “al otro” y aunar sus esfuerzos para vencer el dolor de los pueblos en cualquier lugar, sobre todo por hambre, enfermedades, calamidades naturales y por la guerra que, al final, afecta a todas nuestras vidas”.
En definitiva, el Año de la fe es la ocasión perfecta “para que todos los fieles comprendan con mayor profundidad que el fundamento de la fe cristiana es el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. Fundada en el encuentro con Jesucristo resucitado, la fe podrá ser redescubierta integralmente y en todo su esplendor. También en nuestros días la fe es un don que hay que volver a descubrir, cultivar y testimoniar”, (Paredes, Juan Antonio, La Senda de la Fe).