Ser Comunicación

Las tradiciones propias sucumben a las ajenas

Agotada, y saturada, de lectura sobre protocolo y ceremonial decidí darme un respiro y leer algo más ligero. La novela elegida fue Sonrisas y lágrimas. La obra no me ha defraudado, al contrario me ha sorprendido, sobre todo cuando descubría historias y párrafos directamente relacionados con la información que había decido desatender durante su lectura.

A continuación os transcribo un reflexión que hace la autora, María von Trapp:

Los vestidos nacionales se han cambiado por trajes de calle que se visten igualmente en París, Londres, Nueva York o Shanghái; los bailes tradicionales han sido sustituidos por bailes de salón internacionales; y en lugar de costumbres populares -la voz secular de tu propio pueblo, que nos informa sobre lo que nuestros antepasados hicieron en determinadas épocas y que deberíamos imitar- existen libros que nos dan instrucciones minuciosas de lo que vestir si queremos que se nos considere «elegantes» y cómo comportarnos si queremos ser «aceptados en la sociedad».

Este pensamiento del año 1949 lo transformo a mi particular visión de la realidad afirmando que estamos, o mejor dicho, hemos perdido nuestra identidad, nuestra singularidad, nuestra diferencia a favor de la generalidad y la vulgaridad, o lo que es peor, hemos sucumbido al azote de otra cultura, historia y pasado. Y me refiero tanto en el ámbito de la fe, de la práctica religiosa, como de las celebraciones y tradiciones.

Las declaraciones vertidas en el sentido de modificar nuestro comportamiento, nuestras acciones con la finalidad de no molestar al de enfrente, empiezan a manifestar su verdadera razón: cortina de humo.

Las fiestas de moros y cristianos criticadas por falta de sensibilidad al caído; las manifestaciones públicas de la fe cristiana denunciadas por falta de respeto al que profesa otra religión; la retirada de denominaciones de calles por cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica. Son todas razones subjetivas que se imponen desde diferentes ideologías y doctrinas que no tienen arraigo en la sociedad que quieren vulnerar.

En este contexto, el ceremonial es garante de la identidad de una comunidad, tanto de su ámbito institucional como social, y el pueblo es el valedor de sus tradiciones.

Termino esta reflexión con otro párrafo de un libro que descubrí hace un año y que se ha convertido en una de mis joyas bibliográficas, El baile de Natacha:

¿Pero era posible construir una nueva cultura sin aprender algo de la anterior? ¿Cómo se podía llegar a una «cultura proletaria» o a una «intelectualidad proletaria» a menos que primero se educara al proletario en las artes y las ciencias de la vieja civilización? Los miembros más moderados de la Proletkult se vieron obligados a admitir que no podían construir su nueva cultura totalmente de cero y que, por utópicos que fueran sus planes, gran parte de su tarea consistiría en educar a los trabajadores en la vieja cultura.

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