Una palmadita en la espalda, una sonrisa de aceptación, unas palabras de ánimo, un guiño cómplice o, directamente, una frase felicitando tu trabajo. Todas son acciones que, de una manera u otra, esperamos cuando nos exponemos a un público, auditorio generoso que generalmente responde con un aplauso.
El aplauso es el cierre de una intervención oral pública ejercida por los verdaderos protagonistas del discurso o ponencia. El orador no tiene control, ni puede pretender tenerlo, sobre la aclamación. Actuar de otra manera conlleva a un conflicto interior que puede finalizar en una angustia pública.
Soy de la opinión de que la persona que, por motivo cualquiera, expone conocimientos o sentimientos ante un auditorio lo ejecuta desde la posición de ofrecer y con la esperanza de poder ayudar al que le escucha. Se trata de un preceptor de enseñanzas académicas o vitales y, como tal, su único objetivo es servir y este es su recompensa, aunque las palmas siempre son de agradecer, somos humanos.
Esta reflexión surge tras releer unos párrafos destacados por mi de Sonrisas y lágrimas y que hace referencia a los aplausos, concretamente a su tipología. Esta obra, a través de la experiencia de su autora, nos descubre las siguientes clases de aplauso:
- Existe el aplauso estruendoso de los últimos años, cuando vuelves a un teatro que está abarrotado de gente que está deseando tu regreso.
- Existe el aplauso educado y tímido que no dura lo suficiente como para que llegues hasta el centro del escenario para saludar.
- Está el aplauso que apenas se oye y que dan con sus guantes las señoras de la alta sociedad en los musicales matutinos y que van acompañados de bostezos educadamente ocultos.
- Existe el aplauso cálido, largo y entusiasta tras un buen concierto y que te da un público sincero que pide un bis.
- Está el aplauso rutinario de las personas educadas, el público típico de los conciertos, cuyos antepasados siempre asistían a ellos.
Personalmente considero que hay que tener muchas tablas para recibir con elegancia y pudor el aplauso con el que te obsequian quienes te han escuchado. En mi caso, me ruborizo cuando esos aplausos van dirigidos a mis ponencias y me animan a seguir trabajando para mejorar y ofrecer la mejor versión de mi. Intento, como explica María von Trapp, aprender a aceptar el aplauso como un reto y a elaborar un repertorio a partir de la reacción «tímida» o la «entusiasta«.