La persona que decide ponerse enfrente de un público para, por ejemplo, compartir unos conocimientos, debe trabajar el qué quiere transmitir y, sobre todo, debe trabajar el cómo quiere transmitir. Esta aptitud tiene que ser cultivada por todo aquel que quiere hablar en público, ya esté comprendido este por una persona o por centenares, ya que en ese cómo es fundamental el auditorio. No solamente hay que conocer el mensaje sino también a quién va dirigido si, lógicamente, queremos ser eficientes.
El Instituto Cervantes en su obra Las 500 dudas más frecuentes del español indica: «Un mensaje resultará adecuado en la medida en que cumpla la intención del emisor, y eso depende de que el hablante haya acertado a la hora de elegir las palabras, de que haya pensado en quién es el interlocutor y, en definitiva, de que se ajuste a la situación en la que se produce la comunicación.»
El mensaje nace del interior del emisor para proyectarse al exterior y ser asumido por el receptor. En consecuencia, un mensaje debe integrar la esencia del orador, del auditorio y del escenario.
El conferenciante quiere: compartir una idea, incitar a la acción, entretener o transmitir saber. El orador, sea cual sea su objetivo, necesita que las palabras nazcan de su interior para que sus oyentes las sientan ciertas. Si uno se limita a ser vocero, si no ha asimilado sus mensajes y profundizado en sus ideas, su credibilidad va disminuyendo conforme va incrementado su tiempo de intervención.
Solamente existen tres razones por las que una persona decide ir a una conferencia: porque le gusta el tema, porque se le obliga o porque no tiene otra cosa mejor que hacer. Sin embargo, independientemente de la razón, el orador debe intentar que su público no se arrepienta de su decisión y esto solo se consigue si se piensa en él. Esto se traduce en una
intervención amena, entretenida y, si es posible, participativa.
El ambiente que se debe sentir en la transmisión y recepción eficaz de cualquier mensaje debe ser el adecuado para lograr el objetivo: agradable y coherente. El público tiene que apreciar que es bien recibido gracias a un espacio pensado para él y a una situación idónea para facilitarle su acción de oyente. Y en este campo el papel del orador es fundamental porque no hay mejor recibimiento que una sonrisa sincera y una actitud solidaria.
En resumen, la oratoria es una forma de entender el concepto de emisor, mensaje y situación desde un punto de vista servicial: servir con cuidado y diligencia al receptor.