El término celebrar, según la Real Academia Española (RAE) es «ensalzar públicamente a un ser sagrado o un hecho solemne, religioso o profano, dedicando uno o más días a su recuerdo». Un recuerdo que, siguiendo las definiciones de la RAE, es «la memoria que se hace o aviso que se da de algo pasado o de que ya se habló».
La Resurrección de Cristo ni es un recuerdo ni es pasado. Por esta razón no es una celebración, según las acepciones de la RAE.
Para los cristianos, según el artículo titulado La Resurrección de Jesucristo de Fernando Ocariz:
Precisamente porque la Resurrección inicia la vida gloriosa definitiva de Jesús, es inseparablemente un hecho situado en la historia pasada y, a la vez, en la eternidad participada de la gloria. En cuanto momento de la historia es pasado, pero en cuanto inicio de la vida inmortal, eterna por participación, permanece en un eterno (por participación) presente.
En consecuencia, la Resurrección es un hecho actual y, como tal, se contrapone a la acepción de la RAE.
La celebración desde la liturgia
Sin embargo, si tomamos como fuente El nuevo diccionario de la Liturgia, celebrar es «ante todo visitar frecuentemente en grupo un lugar, acudir multitudinariamente a un lugar cualquiera». También se suma el significado de «honrar, exaltar, glorificar, rodear de atenciones y aprecio». En resumen, la entrada «celebrar» es sellada en este diccionario en relación directa a «la idea de gentío, de solemnidad, de culto y alabanza».
Para Julián López Martín, obispo de León, la celebración es «un fenómeno esencialmente social y comunitario, y puede definirse como un medio de relación y de encuentro». Para este mismo autor, celebración «es un factor de unificación de un grupo en orden a compartir una misma experiencia estética, religiosa o política, o para adoptar un determinado compromiso».
En este sentido, la Resurrección sí que es una celebración ya que todos los cristianos nos reunimos y nos alegramos del Triunfo de Jesucristo ya que «Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles», tal y como nos enseña el Catecismo de la Iglesia católica.
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