En una carta al director de un periódico se ha hablado del poder de la oratoria y de su relación con el mundo de la política, la cual la califica con los términos «divorcio natural», ya que su autor considera que el éxito electoral no llega si el político es incapaz de comunicar con fluidez sus ideas. Esta reflexión la realiza porque ha llegado a la conclusión de que los políticos modernos prestan muy poca atención a la oratoria como arma de seducción de masas.
Este comentario se ha publicado en un diario de Ecuador y aunque estoy de acuerdo con su contenido, creo que no refleja al cien por cien la situación de la oratoria en política en España. Podemos tener políticos con más acierto o menos en sus declaraciones y puestas en escena, pero en líneas generales se preocupan por su oratoria, o mejor dicho, se esfuerzan y preparan para que su discurso consiga su objetivo: conseguir el voto.
Un discurso se pronuncia por tres motivos fundamentales: convencer, persuadir y entretener. Convencer de una idea, persuadir a que haga algo y entretener al auditorio.
En el caso que estamos comentando, el político, hablamos de persuadir y su estructura tiene su origen en el discurso de persuasión romano, tal y como señala Reiner Brehler:
- Ganarse la benevolencia del auditorio.
- Describir el estado de la situación.
- Describir lo que debería ser.
- Analizar el por qué no es todavía así.
- Ofrecer la argumentación esencial.
- Resumir.
- Exponer cuáles serían las ventajas.
- Llamada a identificarse con lo expuesto.
Se trata del típico discurso de campaña política, también llamado mitin, en donde el político no trata de convencer a su auditorio, sino persuadirle e influir en su conducta a la hora de votar.