¿Cuántas veces hemos oído la frase “debería de haber una ley que…”? Hace poco yo la escuché en la calle, mientras intentaba adelantar a dos hombres que se encontraban hablando y andando en la acera. No sé cuál era el tema de la conversación, pero me apuesto lo que sea que hacía referencia al comportamiento de las personas. Siempre que he oído esta frase, o que yo la he utilizado, ha sido para recriminar un comportamiento social de un individuo, y este siempre en edad adulta.
Cuando no aceptamos, o no consideramos adecuado, la actuación de una persona en su vida social, rápidamente nos colocamos el cartel de juez y empezamos a pensar en la manera de cambiar a esa persona y la conclusión final siempre es la misma: “yo lo que haría es obligarles a …., y si no lo hacen …”. Esta solución es la más fácil, es a la que nos tienen acostumbrados los gobiernos y por esta razón es el ejemplo que estamos adoptando nosotros, pero esto ni es lo correcto ni es lo efectivo. Como decía el escritor francés Arréat: “Ya que no podemos cambiar a los hombres, no nos cansamos de cambiar las leyes”.
En una de mis reuniones con los tutores de mis niños, uno de ellos me comentó que los padres se están desvinculando de una manera descarada de la educación de sus hijos, hasta el punto que en las tutorías envían a las cuidadoras de sus hijos, me explicaba con resignación el profesor. ¡Y no me vale la excusa de que las reuniones las programan durante el horario de trabajo! Si no se puede ir, no se va y se intenta llegar a una solución hablando, ya que no se puede obligar a nadie a hacer lo que no quiere, por muy equivocado que esté. La conclusión de que “debería de haber una ley de asistencia a las tutorías como mínimo una vez al año” no tiene ninguna eficacia cuando el objetivo es cambiar un hábito o comportamiento. Quien es un amante del tabaco, lo va a seguir siendo aunque la ley le prohíba fumar; quien es un amante de la velocidad, va a seguir pisando el acelerador a pesar de la pérdida de puntos. Lo único que se puede hacer es mostrar y demostrar que ciertos comportamientos, y decisiones, no son los correctos. ¡Eso sí!, este camino es mucho más largo y agotador, es una carrera de fondo, pero como dice mi madre: “nunca me cansaré de decirte ciertas cosas, que al final algo quedará”. Es curioso, esto mismo se lo digo yo a mis hijos. Es decir, cuando queremos realmente a alguien “perdemos el tiempo” explicándoles las razones por las cuales debe comportarse de una forma y no de otra.
El borrador del anteproyecto de ley de autoridad del profesorado de la Comunidad Valenciana recoge en su artículo 4 los derechos del profesorado, como el de recibir un trato adecuado y ser respetados. Esta iniciativa responde claramente a la decisión de que “debería de haber una ley que proteja a los profesores”. Pero ¿desde cuándo el respeto es un derecho y no un valor de la persona? Desde el mismo instante en el que se nos considera antes ciudadanos que personas, porque como dice Félix Losada en su libro “Protocolo Inteligente”: “las personas tenemos respeto, los ciudadanos, derechos”. No podemos olvidar y mucho menos cambiar valores por derechos. No podemos caer en la desidia. Ser persona significa esforzarse, mejorar. Ser ciudadano no, porque nos amparan nuestros derechos.
¿Cuál va a ser el paso siguiente? ¿El que responda a la inquietud de que “debería de haber una ley que nos obligue a ser seres humanos?