Seguramente que alguna vez se han dicho a sí mismos la célebre frase «paren el mundo que me bajo» de Groucho Marx. Yo en contadas ocasiones. La última ha sido con la noticia del reportaje fotográfico de la revista Vogue Paris Cadeux. Las protagonistas del mismo son niñas menores de ocho años caracterizadas como mujeres adultas. Sin embargo, después de recapacitar un poco he decidido no apearme de este mundo ya que los que deben abandonarlo son todos aquellos que juegan a su antojo con la dignidad de las personas. Mucho más grave es cuando se trata de niños, de vulnerar sus derechos y de tratarlos como objetos de deseo. ¡Qué asco me dan!
Este suceso es reflejo de la falta de respeto que los adultos tienen hacia los niños. Por desgracia esta ausencia de consideración hacia los menores de edad se repite constantemente a nuestro alrededor. Son actos que se enmascaran en un ambiente adulto gracioso y distendido pero que en el fondo es una falta total de respeto al niño el cual no se puede defender porque, como es lógico, no lo entiende. Pero los adultos, por los menos algunos, si lo entendemos y tenemos la obligación de defenderlos.
Me refiero, por ejemplo, a la típica comida familiar en que entre bromas y risas se ofrece al niño beber del vaso de un adulto. Por supuesto no se trata de agua o de algún refresco, sino de alcohol. Este tipo de actuación no tiene ninguna gracia y, sin embargo, es lamentable comprobar cómo los supuestamente adultos de esa reunión se parten de la risa al comprobar la reacción del crío. ¡Se ponen a reír en lugar de impedir este comportamiento!
Desde hace tiempo no consiento que delante de mí se haga este tipo de tonterías a un niño. Actuar de esta manera requiere valor porque estás usurpando el papel de los padres, quienes solamente responden de dos maneras ante tu intermediación por el menor: o se enfrentan a ti o callan.
He vivido situaciones muy dolorosas por comportarme de esta manera, y no me arrepiento, pero que te insulten y te griten por defender que nadie se burle de un niño es bastante doloroso, sobre todo cuando el resto de los presentes se callan como perros. Debido a esto, me fui a hablar de este asunto con Fernando Goberna, quien aparte de ser el jefe del Servicio de Pediatría del Hospital Vega Baja Orihuela es el pediatra de mis niños, y para mí un amigo. Le pregunté sobre las consecuencias físicas de este tipo de actuaciones y me contestó: “Consecuencias graves ninguna, pero lo que indica es una actitud que no se puede reproducir. Es como un semáforo que te avisa de que la relación que tienes con ese niño no es natural, no es la lógica. A los niños se les hace una vida natural y se les da de comer lo que hay que darles de comer o de beber. No se hacen juegos que no van a ningún lado”. Goberna me comentó que “con los niños lo que no hacemos son experimentos. Los experimentos se hacen con gaseosa. Y luego hacer cosas innecesarias en un niño puede tener repercusiones. Si de lo que se trata, como me comentas, es de darle a probar un licor fuerte me parece una tontada porque es absolutamente innecesario, aparte de que al niño no le va a gustar. Va a poner una cara de desagrado de inmediato. Lo que no hace falta hacer, no se hace. Y si además puede ser perjudicial, menos”.
Si algún adulto quiere reírse de alguien que se mire a un espejo, pero que no sea tan cobarde de divertirse con un niño que no se puede defender porque no ve la maldad, por eso es un niño y ahí radica toda su grandeza y, ningún imbécil tiene derecho a pisotearla. Es como ha indicado Fernando Goberna “es como un semáforo que te avisa de que la relación que tienes con ese niño no es natural”.
Dejemos que los niños se comporten como niños. Bastante desgracia tienen de vivir en un mundo de adultos y de respetar normas que no entienden y que sin embargo las aceptan porque confían en nosotros. Respetemos y cuidemos al máximo su reducto infantil y, defendamos con uñas y dientes las incursiones de los salvajes que quieren romper su infancia.
Quiero recordar el artículo 2ª de la Declaración de los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1959:
“El niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por otros medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad. Al promulgar leyes con este fin, la consideración fundamental a que se atenderá será el interés superior del niño”.
Nuestro deber es hacer todo lo que podamos para que este artículo se cumpla y se conseguirá si actuamos sin miedo en nuestro entorno más cercano. Los niños se lo merecen, ¿no crees?