En Navidad celebramos la Epifanía de Jesús ante los Reyes Magos, es decir, el Hijo de Dios se da a conocer al mundo. En esa visita, los Reyes Magos obsequian al Niño Dios con regalos y, este acto de generosidad es el que también se repite todos los años el 6 de enero, el Día de los Reyes Magos. La noche del 5 de enero todos los niños duermen con la esperanza y la alegría de ser visitados por Sus Majestades los Reyes.
Es una lástima comprobar cómo los niños pierden la ilusión por este día. Pero resulta más triste comprobar cómo los padres ayudamos a que nuestros hijos pierdan el gozo y el cosquilleo en el estómago el Día de los Reyes Magos. El alma se me cae al suelo cuando los padres llevan a sus enanos a las jugueterías para que elegir y comprar el regalo de Reyes. ¡Qué tristeza! Esta familia ha perdido la fe de la Navidad. Yo, con mi edad, sigo creyendo en los Reyes Magos y esta convicción se la voy a transmitir a los míos como uno de los mejores legados que una madre puede dejar a sus hijos. Jamás hay que dejar de creer. Gracias papás.
Este año mi hijo el mayor nos ha hecho muchas preguntas sobre la existencia de los Reyes Magos. Estoy convencida que él ya lo sabe pero tiene una débil esperanza de que esté equivocado. Consulté con una de sus profesoras si debíamos decirle directamente la verdad. Nos aconsejó que siguiéramos con la magia, porque si él nos ha preguntado por la veracidad de lo que sus compañeros le están diciendo, es porque en el fondo quiere seguir creyendo. No le hemos dicho que los Reyes Magos son los padres, aunque sé que este va a ser el último año. Sin embargo, esto no significa que le afirme que los Reyes Magos no existen, porque faltaría a la verdad y a mis creencias, y porque rompería la magia de la Navidad en mi casa.
El año pasado recibí por correo electrónico una historia que me llamó la atención y la guardé por si acaso. Esta información es la que voy a utilizar cuando llegue el momento de decirles a mis hijos quienes son los Reyes Magos. Estoy convencida que me creerá, porque yo creo.
Os escribo la historia.
Apenas su padre se había sentado al llegar a casa, dispuesto a escuchar, como todos los días, lo que su hija le contaba de sus actividades en el colegio, cuando ésta en voz algo baja, como con miedo, le dijo:
– ¿Papa?
– Sí, hija, cuéntame.
– Oye, quiero que me digas la verdad.
– Claro, hija. Siempre te la digo -respondió el padre un poco sorprendido.
– Es que… -titubeó Blanca.
– Dime, hija, dime.
– Papá, ¿existen los Reyes Magos?
El padre de Blanca se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo que le miraba igualmente.
– Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?
La nueva pregunta de Blanca le obligó a volver la mirada hacia la niña y tragando saliva le dijo:
– ¿Y tú qué crees, hija?
– Yo no sé, papá, que sí y que no. Por un lado me parece que sí que existen porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso.
– Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero…
– ¿Entonces es verdad? -cortó la niña con los ojos humedecidos-. ¡Me habéis engañado!
– No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen -respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Blanca.
– Entonces no lo entiendo, papá.
– Siéntate, Blanquita, y escucha esta historia que te voy a contar porque ya ha llegado la hora que puedas comprenderla -dijo el padre, mientras señalaba con la mano el asiento a su lado.
Blanca se sentó entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos:
– Cuando el Niño Dios nació, tres Reyes que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al Portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo:
– ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.
– ¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.
Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó:
– Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito.
Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió y la voz de Dios se escuchó en el Portal:
– Sois muy buenos, queridos Reyes Magos, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?
– ¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes., no existen tantos.
– No os preocupéis por eso -dijo Dios-. Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.
– ¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible? -dijeron a la vez los tres Reyes Magos con cara de sorpresa y admiración.
– Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? -preguntó Dios.
– Sí, claro, eso es fundamental – asistieron los tres Reyes.
– Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?
– Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje -respondieron cada vez más entusiasmados los tres.
– Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?
Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír:
– Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes Magos de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, Yo, ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del Belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más felices.
Cuando el padre de Blanca hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo:
– Ahora sí que lo entiendo todo papá. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado.
Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía:
– No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero.
Todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.
Se trata de una bella explicación en sintonía perfecta con el objetivo de su mensaje. La ilusión y la fe de un niño no pueden ser destruidas por sus padres. Tenemos la obligación de seguir alimentando sus creencias, que nosotros les hemos inculcado, en la medida que van creciendo, no destruyéndolas.
También podemos coger la Biblia y leer con ellos el capítulo en el que aparecen los Reyes Magos. Cuanta más información les demos, más van a creer.
“Jesús había nacido en Belén de Judá durante el reinado de Herodes. Unos Magos que venían de Oriente llegaron a Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo.» Herodes y toda Jerusalén quedaron muy alborotados al oír esto. Reunió de inmediato a los sumos sacerdotes y a los que enseñaban la Ley al pueblo, y les hizo precisar dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: «En Belén de Judá, pues así lo escribió el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en absoluto la más pequeña entre los pueblos de Judá, porque de ti saldrá un jefe, el que apacentará a mi pueblo, Israel. Entonces Herodes llamó en privado a los Magos, y les hizo precisar la fecha en que se les había aparecido la estrella. Después los envió a Belén y les dijo: «Vayan y averigüen bien todo lo que se refiere a ese niño, y apenas lo encuentren, avísenme, porque yo también iré a rendirle homenaje.» Después de esta entrevista con el rey, los Magos se pusieron en camino; y fíjense: la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. ¡Qué alegría más grande: habían visto otra vez la estrella! Al entrar a la casa vieron al niño con María, su madre; se arrodillaron y le adoraron. Abrieron después sus cofres y le ofrecieron sus regalos de oro, incienso y mirra. Luego se les avisó en sueños que no volvieran donde Herodes, así que regresaron a su país por otro camino. Después de marchar los Magos, el Ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para matarlo.»”. San Mateo 2, “Del Oriente vienen unos Magos”.