El gobierno de los Estados Unidos es propietario de 3.500 propiedades en el extranjero, y 17 de estas se encuentran registradas en el Registro de Propiedades de importancia cultural. Una de estas 17 es uno de los edificios más bellos, ricos e históricos de París y está situado en la Plaza de la Concordia.
Actualmente, este inmueble acoge parte de la embajada de Estados Unidos, pero su origen no fue evidentemente este, ni siquiera fue concebido con fines políticos, sino como residencia privada en el siglo XVIII.
Esta mansión ha tenidos varios ilustres propietarios, entre ellos Charles Maurice de Talleyrand, político y diplomático francés muy influyente en su época, finales del siglo XVIII y principios del XIX. A este edificio se le conoce como el Hotel de Tayllerand.
¿Quién fue Tayllerand?
Charles Maurice de Tayllerand procedía de una familia aristocrática que le obligó a realizar la carrera eclesiástica sin tener vocación para ello. Su familia le «convenció» no por motivos religiosos o nobles. Le querían apartar del ambiente nobiliario y social porque Tayllerand sufría el Síndrome de Marfan, una enfermedad calificada como rara y quien la padece presenta un aumento inusual de la longitud de sus miembros, por ejemplo, las manos de estas personas pueden medir hasta 45 centímetros.
Sin embargo, sus familiares no tuvieron en cuenta la ambición y la falta de escrúpulos de Tayllerand, quien se aprovechaba de su posición para realizar actividades poco lícitas. Este comportamiento le valió la excomunión.
Tayllerand y el protocolo.
Pero, ¿por qué es importante este personaje y su residencia para el protocolo? Porque durante la celebración de una de sus famosas, codiciadas e innumerales cenas que Tayllerand ofrecía en las lujosas salas de su mansión, dio con la esencia del protocolo.
Solamente los tontos se burlan del protocolo, porque el protocolo nos simplifica la vida, nos ayuda.
Todos aceptamos, sin reparo alguno, cualquier ayuda que nos facilita la vida (lavadora, secadora…) y en la medida que podemos vamos adquiriendo más y mejores. Y para conseguir que estos electrodomésticos nos ayuden necesitamos conocer su protocolo. Si somos capaces de estudiar guías de funcionamiento, algunas intragables, para mejorar nuestra calidad de vida, ¿nuestras relaciones sociales no se lo merecen también?
Hay que recordar que el ser humano es por naturaleza sociable, las personas no sabemos estar solas. Cuántas más relaciones saludables tiene el hombre, más feliz está, más se realiza como persona. Y ¿cuánto tiempo hemos dedicado, o dedicamos, a aprender a relacionarnos con los demás?
Sería una buena idea que parte del tiempo que ganamos, gracias a los aparatos que nos ayudan, lo dedicáramos a los demás, a relacionarnos con los demás, a hacer protocolo social. Y para conseguir un buen resultado en nuestras relaciones, hay que seguir unas reglas porque, como dijo Dale Carnegie, «todo tiene reglas para conseguir su objetivo».
Reflexión.
Los buenos modales no son una manera de actuar de unos pocos o de un sector de la sociedad. Los buenos modales es patrimonio de todos. Toda persona tiene el derecho, y el deber, de ser respetado y de respetar a los demás.
Ojalá que este patrimonio sirva, algún día, para medir la riqueza de un país y no sea valorado solamente por su economía, sus industrias o sus propiedades, como ocurre actualmente con Estados Unidos.