La Primera Comunión de un ser querido se ha convertido en una experiencia para la reflexión y en un pensamiento a compartir en este espacio. Durante la ceremonia religiosa, alrededor de una hora de duración, el sacerdote tuvo que solicitar silencio a los asistentes en tres ocasiones. ¿Qué ejemplo estamos dando a los niños? ¿Cómo tenemos la caradura de afirmar que hoy en día la juventud no tiene educación? Las personas que no mostraban respeto, ni cumplían las normas de comportamiento necesarias en el templo, eran adultos.
Además, hay que suponer que esas personas deben ser fieles, y si no lo son ¿por qué estaban en la ceremonia religiosa?
Cada día estoy más de acuerdo con Emilio Calatayud cuando afirma que nuestra sociedad es una sociedad de hipócritas. ¿Por qué hacemos algo en lo que no creemos?
La práctica religiosa se realiza en nuestro país de una manera libre, sobre todo en nuestra etapa adulta. Nadie nos obliga a asistir a los actos religiosos. Si nos invitan a una boda por la Iglesia, somos libres de acompañar a los novios en el ceremonial. Si nos invitan a un bautizo, o confirmación, sigue siendo decisión personal presenciar el acto litúrgico. ¿Y si se trata de una Primera Comunión? Pues lo mismo, somos libres de estar junto al niño en la ceremonia. ¡Eso sí! Si decidimos acompañarlo, debemos respetar las normas de comportamiento, y a las demás personas que se encuentran en la parroquia.
Es triste presenciar cómo un sacerdote debe parar el acto litúrgico por la falta de educación de los asistentes al mismo. ¡No una sola vez, sino tres veces! Debo reconocer la valentía del clérigo, y reflexionar sobre mi cobardía cuando en varias ocasiones me optado por callarme ante una situación de ausencia de respeto.
Las personas actuamos en nuestra vida social y profesional por tres razones: porque nos interesa, porque nos obligan, y porque no tenemos otra cosa mejor que hacer. Sin embargo, las relaciones sociales solamente son realidad, y verdaderas, cuando se aplica una actitud: la cordialidad. El respeto es la base de las relaciones sociales, sea cual sea el motivo por el cual hemos decidido iniciarlas, y se mantienen gracias a otra actitud, la discreción.
No podemos evitar la mala educación de las personas, pero esto no quiere decir que tengamos que aceptarla. Cuando alguien invade mi espacio social de una manera hiriente, sin respeto por mi entorno social, tengo que combatir esta situación con la ayuda de la buena educación y de la firmeza. Tenemos que ser valientes y demostrar, con nuestro ejemplo, que en la sociedad debe imperar la ley del respeto, y quien no quiera acatarla no puede convivir en sociedad, ni aprovecharse de sus derechos y beneficios.
Y en esta labor no estamos solos. Curiosamente cuando nos encontramos en estas situaciones, se produce lo que Arturo Merayo denomina el “síndrome de David y Goliat en comunicación”. En estas circunstancias, Goliat representa a la persona que incordia, que no respeta, que piensa que puede pisotear a quien le dé la gana porque le apetece. En definitiva, Goliat es el individuo mal educado. Y David es quien soporta las groserías, es la persona educada, pero que no se da por vencida, y que desde su respeto y humildad, va luchando contra Goliat. ¿Quién de los dos ganará? David, porque en esa lucha contará con el apoyo de los demás, de la sociedad. La gente siempre se pone de parte del más débil.