No me considero una creadora, simplemente soy una autora que recoge conocimientos de diferentes fuentes, los analiza y los expone en una obra. Y así ha sido hasta ahora con mis tres libros: El obispo a lomos de una mula. El ceremonial de la entrada episcopal de la Diócesis de Orihuela-Alicante, Guía de protocolo y derecho premial civil y Guía de ceremonial y protocolo en la Iglesia católica.
Al no sentirme artista literaria tampoco tengo una obra predilcecta, no son fruto de la creatividad sino de la investigación. Sin embargo, mi último libro sí que me va a acompañar emocionalmente hasta el final de mis días.
Durante el mes de junio del año 2015 la editorial Síntesis me ofrece un nuevo contrato para la redacción de una guía sobre el ceremonial de la Iglesia católica, el cual firmo encantada y agradecida, y me comprometo a entregarlo en el mes de septiembre de 2016. Cinco meses después recibo una carta de la Unidad de Prevención del Cáncer de Mama en donde me recomiendan ampliar el estudio mamográfico, realizado días atrás, y me animan a estar tranquila aunque «comprendo que pueda estar en estos momentos muy nerviosa y preocupada al recibir esta carta». Finalmente, las pruebas dan como resultado cáncer de mama y me anuncian la operación para el día 22 de enero de 2016.
Al margen de las sensaciones y ánimos que esta enfermedad provoca en la persona afectada y en la familia más directa, y tras superar unos malos días, decidí seguir con la fase de documentación del nuevo libro y dedicarle todo el tiempo posible ante la incertidumbre de no poder entregarlo en el plazo previsto. Volví a la intensidad del doctorado y el 2 de junio de 2016 envio a Marta, del departamento de ediciones de Síntesis, el texto del libro terminado.
Un escrito didáctico cuyas líneas están entretejidas con mi historia de superación del cáncer de mama. La Guía de ceremonial y protocolo de la Iglesia católica ha formado parte de mi operación, de mi recuperación, de mis pruebas médicas, de mis sesiones de radioterapia y de mi victoria. Y estoy convencida de que la decisión de sacar este proyecto adelante, junto a mi fe, al apoyo y besos de mis seres queridos y a una actitud positiva, se convirtió en el germen del triunfo.
Tras este atrevimiento por contaros la otra historia de la Guía de ceremonial y protocolo en la Iglesia católica me apetece compartir con vosotros mis reflexiones y emociones actuales, tras siete meses de plena paz.
Desde el 2 de marzo de 2016 hasta el mismo día pero en el año 2021 sonará diariamente la alarma de mi móvil a las 21,07 horas. La hora fue elegida al azar por mi teléfono, abrí la aplicación y la rueda mostraba ese tiempo, no así el motivo del aviso. Desde aquel miércoles hasta el venidero martes tengo una cita con una píldora blanca de 1 cm de diámetro que responde al nombre de tamoxifeno y que todos los días me recuerda que he vencido al cáncer. Al pitido poco le importa si estoy en el cine, cenando, de paseo, leyendo o descansando. Y también muestra poco interés por conocer si estoy sola o acompañada, lo que puede suponer en este último caso una extrañeza para quien se encuentra conmigo y no sabe el motivo. Lo contrario sucede cuando estoy con mi familia, en cuanto suena la alarma me recuerdan, ¡Mamá, la pastilla!, que tengo que tragar ese medicamento que responde a la fórmula C26H29NO: carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno. Así que todos los días unos minutos pasados de las nueve de la noche mi teléfono y mis seres queridos me recuerdan la ingesta de la pastilla. Al principio consideraba la medicación como una evidencia de mi cáncer de mama y todos los días el sonido de «pi» me retumbaba en la cabeza con la misma fuerza y crudeza que el anuncio «es cáncer» prescrito por mi cirujana. Con el paso de los días, lejos de acostumbrarme a esa sensación, inicié el camino de sentir que mi cita diaria con el tamoxifeno era la prueba irrefutable de la ausencia total de células anormales e incontroladas en mi organismo. Actualmente, el vaso de agua y la píldorita blanca es la evidencia de mi victoria.