¿Por qué nos cuesta tanto hablar bien? Y no me refiero a ser unos expertos oradores, con una gramática y léxico de manual. Simplemente hablar bien.
Cada vez que he ido a una notaría he traspasado sus puertas con cierta sensación de respeto añadido por el trato que el notario tiene hacia sus clientes. Te saluda con una sonrisa, te identifica, y realiza su trabajo desde la educación para ambas partes, explicando y aclarando lo oportuno y realizando las puntualizaciones necesarias sin que nadie se sienta incómodo. Además esta forma de relación, generalmente, la practican todos los empleados de la notaría. Me imagino que al final el buen ejemplo acaba conquistando a todo el mundo.
Nunca creí ser recibida en una notaría con un sonoro “me cago en tó”, seguido de un “manda huevos”. La señorita que vomitó estas expresiones por su linda boca puede ser una eficiente secretaria, pero, con todos mis respetos, no debería estar trabajando en ese despacho. Aún más, hasta que no aprenda a hablar bien en público no debería tener contacto con él.
Las palabrotas, determinadas palabrotas, forman parte del vocabulario sin llamarnos mucho la atención, sobre todo cuando estamos entre amigos y nos relajamos, nos dejamos llevar por expresiones como “mierda” o “putada”. Pero jamás se nos ocurriría hablarle así a un cliente, por muy a gusto que estemos con él o por muy de los nervios que nos ponga. Incluso, aunque él hable utilizando palabras mal sonantes, no debemos usarlas nosotros.
El uso de las palabrotas se ha extendido como la pólvora, pero esto no significa que sea lo correcto, hay que intentar evitarlas en todos los ámbitos de nuestra vida.
Hace tiempo Carlos Salas escribió “El código secreto de los españoles” en donde exponía que “Los tacos fueron legalizados en cierta forma por Camilo José Cela, y hay que reconocer que son tan españoles como la tortilla de patatas. En todos los canales de televisión, y a todas horas, se sueltan tacos a mansalva, y lo mejor de todo es que nos parecen normales. Los sueltan los futbolistas, los políticos, los empresarios y los actores. Por eso, cuando los responsables de Iberia tienen que programar sus películas para los vuelos de larga duración no suelen meter muchas películas españolas, porque si viajan familias con niños se arriesgan a que los padres dejen de escoger la línea aérea con más tacos por milla recorrida del mundo. Películas como Mortadelo y Filemón, que teóricamente están realizadas para públicos infantiles o adolescentes, serían calificadas de mayores de 18 años en otros países”.
Considero que se trata de un acertado análisis para reflexionar.