Ser Comunicación

¿Quieres mi dinero? Valórame

 

En la actualidad realizar actividades sociales básicas se está convirtiendo en verdaderas odiseas, no por lo complicado de las actuaciones, sino por el complejo comportamiento de los participantes. Cada día estoy más de acuerdo con el emperador Marco Aurelio :“Los hombres han nacido los unos para los otros; edúcalos o padécelos”.

Fidelidad, confianza, disponibilidad, comodidad, exclusividad, … son algunos de los valores que las cajas de ahorros anuncian en su publicidad, y por supuesto, la mía no iba a ser menos. Sin embargo, puedo afirmar con total sinceridad y conocimiento de causa, que en mi caso particular esto no es verdad.

El acto de ingresar un dinerillo en tu libreta de ahorro, y en tu caja de ahorros, se está convirtiendo en una experiencia enigmática, en lugar de ser un verdadero placer.

Entro a una de las oficinas que mi caja de ahorros tiene en la ciudad, me acerco a la máquina expendedora de turnos de atención al cliente y me colocó en la cola. Mientras hago la espera, en general de largos minutos, me pongo a observar a la gente de alrededor, a los clientes y a los trabajadores de la entidad.

Los usuarios, unos sentados y otros de pie, pasan el tiempo de la mejor manera que saben o pueden: ponerse a jugar con el móvil; leer los folletos publicitarios que están repartidos por las mesas; hablar en voz alta, por si alguien quiere entablar una conversación… ¿Y los trabajadores? La mayoría ni se percata de que estamos allí. Están acostumbrados a evadirse de su entorno convirtiendo la pantalla del ordenador en el reloj de un hipnotizador, no pueden apartar la vista de él. Creo que si alguno entrara allí completamente desnudo ni se darían cuenta. En el fondo yo les admiro, por la capacidad que han conseguido de concentración en su trabajo ¡no me vendría nada mal a mí!, que me distraigo hasta con el ruido del ventilador de mi portátil.

Mientras estoy observando mi realidad del momento, hay un ruido de fondo que se está convirtiendo en una pesadilla. Se trata de la persona que está atendiendo la caja nº 2, la única que se encuentra en ese momento abierta. Tras el mostrador se puede ver a una mujer de unos cincuenta largos años, de tez blanca y cabello corto castaño con reflejos dorados y cobrizos. La vista se centra en el origen del ruido, una boca con unos labios, demasiados grandes para las proporciones del rostro, de un rojo subido. Como por obra del hipnotizador toda mi atención se concentra en ese sonido y en ese rostro. ¡Toda la fuerza se le va por la boca! Mientras atiende al cliente de turno, ella sigue con la conversación que está manteniendo con su compañero de la caja nº 1 (recuerdo que está cerrada). Aprovecha las inspiraciones de la respiración para atender al cliente, y seguir, de inmediato, con su monólogo.

Los clientes van desfilando ante ella y cuando me toca el turno el compañero se va, me imagino que a almorzar ya que son las once. ¡Qué suerte he tenido! Voy a ser la persona privilegiada en tener toda su atención para atenderme. ¡Incrédula! Como por arte de magia aparece una figura humana al lado de la cajera nº 2: “¡Buenos días Sole!”. Al instante los labios carnosos de Sole comienzan a moverse como si de una máquina se tratase. El resto de la escena ya es historia. Durante los quince minutos que tuve que soportar este comportamiento, la susodicha Sole ni siquiera me miró a la cara. ¡Es increíble la habilidad que ha adquirido en colocar, sin mirar, los papeles y el boli en la repisa para que lo firme el tonto de enfrente! No le llamé la atención, pero me fui con la promesa de que si vuelvo a la caja y me atiende en las mismas condiciones esta señora ¡me va a oír! Refugio del cobarde.

¿Cómo es posible que empresas privadas tengan personajes de este calibre atendiendo a su clientela? No sé quién es más tonto, si los clientes que soportamos esta mala educación o los jefes que consienten esta mala educación.

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