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No tardes, por favor

Existe una anécdota sobre el filósofo alemán, Immanuel Kant, que explica como los habitantes de la ciudad prusiana, Königsberg, ponían en hora sus relojes en función de los paseos que Kant realizaba por sus calles, ya que era de dominio público su disciplinada puntualidad.

No es cuestión que apliquemos a nuestra vida este hábito alemán, pero si debemos reflexionar sobre este asunto. ¿Cuántas veces hemos llegado tarde a una cita o nos han hecho esperar? Y ¿cuántas veces hemos pedido perdón por nuestra tardanza? ¿O hemos avisado? Llegar tarde a los sitios es una costumbre que en nuestra cultura se considera algo normal. ¿Os suena lo de los cinco minutos de cortesía? ¿Qué me dicen de las reuniones de vecinos y sus horarios de primera y segunda convocatoria?

La puntualidad es una de las cualidades personales en el trato social que debemos cultivar y cuidar. Llegar puntual es una señal de respeto y de consideración. No se debe hacer esperar a los demás, y en el caso de un inevitable retraso, siempre habrá que disculparse. La disculpa debe ser sincera y convencida, de esta forma será bien recibida, sobre todo si va acompañada de una sonrisa amable, y no con cara de enfado, y mucho menos echando la culpa a los demás por tu retraso.

Conozco a varias personas que nunca tienen la culpa de llegar tarde. Una de ellas era una chica que me estuvo ayudando a cuidar a mis niños en casa por las tardes. Eva siempre tenía una excusa, pero una de ellas ya fue de risa. Era el cumpleaños de mi hija Leyre, cumplía cuatro años, y le dije que estuviera en casa a las cuatro y media. El cumpleaños comenzaba a las cinco. Eva llegó a las cinco y media, con cara de pocos amigos (cosa común en las personas que siempre llegan tarde y que nunca tienen la culpa), poniendo verde a la dueña de una tienda de juguetes, ya que por culpa de esta buena señora llegaba tarde a su trabajo, porque había abierto la tienda a las cinco en lugar de las cuatro y media, hora en la que ella estaba “puntual” para comprar un regalo a mi hija. ¡Yo no daba crédito a lo que estaba escuchando!

Hacer esperar a otras personas es una desconsideración, ya que les estamos quitando un tiempo que hubiesen podido aprovechar de otro modo.

Una persona impuntual, me refiero a las que tienen esta costumbre,  es una persona egoísta donde las haya, ya que la persona que llega tarde sin una justificación demuestra que el tiempo de los demás no le merece consideración alguna. Y no me sirve la excusa de que “yo soy así” o “si me quieres, debes aceptarme tal como soy”. Tenemos que darnos cuenta, y aceptar, que nadie somos perfectos y que nos resulta más cómodo no intentar mejorar. Pero, si queremos que los demás estén a gusto con nosotros, tenemos que hacer el esfuerzo de corregir nuestros defectos para conseguir ese objetivo. En definitiva, si realmente nos importan los demás, nos sacrificaremos por ellos.

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