Paseando con mi hija de siete años, pasamos al lado de un hombre situado a nuestra izquierda de pie, y apoyado en la pared de un edificio, sujetando con sus manos, delante del pecho, un trozo de cartón en el que está escrito, con letras mayúsculas, AYUDA-POR FAVOR. A los pies del indigente se encuentra una bolsa gris de deporte. Mi niña se queda mirando la escena durante unos segundos, y sigue mi ritmo, al instante me pregunta: “Mamá, ¿por qué el hombre no puede levantar él solo la bolsa?
Cada vez que recuerdo la pregunta de mi hija siento un nudo en el estómago y noto como la indignación recorre todo mi cuerpo, como si de mis venas se tratara. ¿Cómo es posible que en un principio esta interpelación me resultara graciosa?
La llamada de atención “Mamá, ¿por qué el hombre no puede levantar él solo la bolsa?”, me está haciendo recapacitar sobre el modo de vida que estamos llevando en la actualidad. Ese macuto de deporte de color gris se está convirtiendo en mi mente en un modelo de sociedad gris: personas que piden ayuda a otras que ni les miran a los ojos; mujeres que buscan restos de lo que sea en los contenedores de basura; hombres que se cambian de acera si vislumbran algún acto conflictivo, e incluso delictivo; peatones y conductores insultándose en los pasos de cebra; parejas peleándose en la vía pública. ¡Qué duda más inteligente la de mi hija! ¿Por qué el hombre no puede él solo conseguir una sociedad perfecta?
Recuerdo en este punto el libro titulado “Comunidad” de Zygmunt Bauman, en el que afirma: “Si ha de existir una comunidad en un mundo de individuos, solo puede ser (y tiene que ser) una comunidad entretejida a partir del compartir y del cuidado mutuo; una comunidad que atienda a, y se responsabilice de, la igualdad del derecho a ser humanos y de la igualdad de posibilidades para ejercer ese derecho”. ¡Qué razón tiene y qué utopía tan ansiada! Sin embargo, aunque sepamos que conseguir este modelo de sociedad es imposible, no hay que dejar de intentarlo en la medida de nuestras posibilidades. No tenemos ningún derecho a dar la espalda a nuestros semejantes. El hombre tiene que actuar de acuerdo a unos valores, ya que la carencia de ellos nos lleva a una convivencia de indiferencia, de injusticia, de egoísmo. En definitiva, nos convertimos en lo peor que puede llegar a convertirse un ser humano.
El hombre necesita de los demás individuos para conseguir ser lo mejor de sí mismo. Por eso se le otorga la capacidad de sonreír, para poder acercarnos a los demás. Una persona aislada nunca conseguirá convertirse en lo mejor de sí misma, porque para convertirnos en lo mejor de nosotros mismos tenemos que servir, tenemos que ayudar a los demás.
Solos nunca conseguiremos nada, ni siquiera levantar una andrajosa bolsa gris de deporte.