Como madre de niños en edad escolar me preocupa la situación y realidad de profesores que solicitan los servicios del defensor del profesor por motivos de situaciones de conflictividad y violencia en las aulas, tal y como se recoge en la página oficial del sindicato independiente de profesores ANPE (www.anpe.es).
Por casualidad y, antes de conocer esta información, mantuve una charla informal por la calle con dos profesoras del centro educativo de mis hijos. Salió el tema del comportamiento de los alumnos y de los padres. Precisamente ese mismo día un profesor llamó la atención a un alumno por su comportamiento en el patio, y otro alumno se encaró al docente recordándole que podía denunciarle. Las profesoras, y yo al conocer este hecho, se mostraron indignadas y resignadas ya que, según ellas mismas, no pueden hacer nada. O lo que es lo mismo, no se pueden defender. Noticias de este tipo surgen todos los días en los colegios e institutos. Sin embargo, nunca creemos que esto suceda en los colegios de nuestros niños. Los padres, como miembros de la comunidad escolar, tenemos que hacer todo lo posible para que la sensatez vuelva a instalarse en nuestros centros. La relación entre alumno-profesor-padre tiene que estar siempre reglada por el respeto, y ninguno tiene el derecho de romper esta regla.
Desde el año 2005 diez educadores al día han llamado por teléfono al defensor del profesor pidiendo apoyo ante la indefensión que sienten frente al alumnado y a los padres. Según informa ANPE el 45% de las llamadas recibidas en el pasado curso escolar corresponden a profesores de Secundaria, el 38% a Educación Primaria, el 9% a Educación Infantil, el 5% a Ciclos Formativos y, el resto a otras enseñanzas. En cuanto a los conflictos relacionados con los alumnos, el 28% del profesorado tiene problemas para dar clase, el 14% son destino de conductas agresivas por parte de los alumnos, el 9% de los docentes han sido agredidos por estudiantes, el 17% de los profesores son objeto de insultos y el 20% de falta de respeto, el 22% han sufrido acoso y amenazas, el 8% ha visto sus pertenencias o propiedades dañadas, y un 10% del profesorado son objeto de grabaciones y de fotos que acaban en internet. Los problemas que la docencia mantiene con los padres de los alumnos son originados por agresiones protagonizadas por los padres (2%), por acoso y amenazas (24%), por denuncias de padres (18%). Con todo este panorama no es de extrañar que el 5% del profesorado se plantee abandonar la profesión. E incluso, me parece un porcentaje bajo. Para mí, esto prueba que el ser profesor más que una profesión es una vocación.
Pero, todos estos porcentajes ¿qué significan realmente?
Imaginémonos un colegio en donde se imparta, solamente, los ciclos de infantil, primaria y secundaria. En Educación Infantil existen tres clases por año, contemplamos los tres años del segundo ciclo, de 25 alumnos cada aula. En total hay en Educación Infantil 225 niños de 4, 5 y 6 años. En Educación primaria existen cuatro clases por año, el ciclo comprende seis años, con la misma cantidad de estudiantes que en infantil. En total hay en Educación Primaria 600 niños de 7, 8, 9, 10, 11 y 12 años. En Educación Secundaria Obligatoria, de cuatro años de duración, hay cuatro clases por año y de 25 alumnos cada una. En total en Educación Secundaria Obligatoria hay 400 chavales de 13, 14, 15 y 16 años.
Traduciendo las cifras porcentuales apuntadas líneas arriba, obtenemos la siguiente realidad en nuestro colegio hipotético.
Los profesores de infantil tienen que soportar en sus clases de 25 alumnos a dos enanos que por la edad deduzco que lo único que pueden hacer es dar problemas en clase por su pésimo comportamiento e insultarlos. La verdad que mi imaginación no puede concebir a niños de 5 años insultando al profesor, pero las estadísticas están ahí. Además, también hay que preguntarse ¿cuánto puede aguantar un adulto para que tenga que llamar al defensor del profesor y pedir consejo porque un enano le está faltando al respeto? A esta situación hay que añadirle el comportamiento de los padres de ese niño hacia el profesor, que estoy segura que comprensivo no será.
Los docentes de primaria tienen que enseñar a 25 estudiantes mientras diez de ellos se comportan mal en clase, molestan a sus compañeros, insultan y faltan respeto al profesor, se enfrentan como bravucones hacia la autoridad docente, amenazan al tutor y les graban o hacen fotografías para posteriormente colgarlo en internet.
Los profesores de secundaria dan clase a grupos de 25 adolescentes, 11 de los cuales, aparte de mostrar los mismos comportamientos que sus colegas de primaria, pueden añadir a su curriculum acoso, amenazas, agresiones y daños materiales.
No quiero añadir a toda esta situación imaginaria la respuesta de los padres de estos alumnos. Todos la conocemos. Lo que sí quiero es llamar la atención al resto de los padres. ¿Cómo nos comportamos cuando vemos estos comportamientos o somos testigos de estas situaciones? ¿Somos conscientes que nuestros hijos están viviendo y aprendiendo, durante aproximadamente ocho horas al día, estas situaciones de acoso? Nos tenemos que dar cuenta, y asumir las consecuencias, del hecho de que los niños pasan mucho más tiempo en el colegio que con nosotros, por lo que tendremos que esforzarnos “en dedicar cada minuto que compartan en inculcarle los valores y los diferentes procedimientos de aprendizaje para favorecer su desarrollo y poder influir en su educación, siendo su guía y buscando que su formación sea coherente y se complemente desde la escuela, los libros, los amigos, los compañeros de clase, etc. tendremos además que enseñarle buenos modales”, según leí en un libro. Pero ¿podemos hacerlo con este panorama?
Los padres tenemos que tomar nuestro protagonismo en la comunidad escolar, somos parte de ella, y debemos ayudar a solucionar esta patología social. No podemos actuar como adultos y padres responsables si ante estas noticias no nos damos por aludidos o si nos refugiamos en el “eso no ocurre en mi colegio”. ¡Claro que ocurre! ¡No seamos ni hipócritas ni ingenuos!
Yo quiero una educación para mis hijos basada no solo en los conocimientos, sino también en el respeto y en los buenos modales. Y esta enseñanza la tenemos que impartir todos.
Gracias a una mama del colegio; Julia, tuve en mis manos la “Cartilla moderna de Urbanidad”, impresa en Barcelona el 20 de junio de 1927, y que esta madre guarda cual tesoro. De esta publicación es esta lección:
“El emperador Teodosio el Grande tenía dos hijos llamados Arcadio y Honorio: dióles por maestro a San Arsenio. Entró un día el Emperador mientras sus hijos daban las lecciones y como viera que estaban sentados y el maestro en pie se enojó y les dijo afeándoles su comportamiento: «Habéis de saber que si a mí que soy vuestro padre me debéis el nacimiento y la esperanza de una corona, debéis a Arsenio un bien infinitamente mayor: la buena educación por la cual seréis príncipes virtuosos y dignos del trono». Impúsoles luego como castigo, que durante ocho días no llevaran las insignias de su dignidad en la corte”.