Ser Comunicación

La importancia del qué y del cómo

En las últimas semanas he sido oyente en varias conferencias. En todas ellas el tema de las ponencias me interesaba y los ponentes demostraron ser expertos en sus correspondientes materias. Sin embargo, la manera de exponerlo, no tanto. En pocas palabras, el qué ha estado bien pero el cómo no tanto.

Todavía me sorprende comprobar cómo profesionales se enfrentan a un auditorio con la ingenuidad de un niño o con la desfachatez de la vanidad. Y si esta conducta la unimos al uso del Power Point el resultado es explosivo. Esta percepción la he comentado en mi entorno más cercano y han llegado a calificarme de exigente. Sin embargo, yo no considero que sea una inflexible. Cuando te gusta algo y dedicas tiempo a su estudio aprovechas cualquier oportunidad para aprender más. Y esto es lo que ocurre cuando asisto a las charlas. Mi aptitud está al cien por cien para asimilar todo lo posible, lo bueno y lo malo. Y tengo que afirmar que en cuestión de presentaciones eficaces muy pocos ponentes a los que he escuchado se salvan. Pongo algunos ejemplos observados en las últimas ponencias.

El conferenciante empieza su charla afirmando que lo peor es dar una conferencia a primera hora de la mañana porque el público está dormido. Y tampoco es buena la última hora de la mañana porque el auditorio ”está pasado como el arroz”. Creo que la intención del ponente era ser gracioso. Sin embargo, considero que lo que consiguió fue poner en contra suya al público ya que no puedes comenzar una ponencia resaltando las flaquezas de tu oyente. La mejor manera de tratar a nuestro público es de tú a tú y con respeto, no ponerlos ni por debajo ni por encima de uno mismo.

El ponente lee las diapositivas del “Power Point” y la mayoría de éstas están saturadas de texto. Estoy convencida de que todas las personas que van a una conferencia saben leer y, por lo tanto no necesitan la ayuda del conferenciante. Además, el nombre del citado programa significa “punto fuerte”. Es decir, se trata de un soporte, de una ayuda no a lo que vamos a decir, sino a cómo lo vamos a decir. El uso correcto de este tipo de programas es conseguir que el oyente pueda descansar la vista mientras se le ayuda a interiorizar los conceptos que le estamos ofreciendo. Por esto el texto en la diapositiva no debe exceder las seis líneas y el tamaño de las letras oscilará entre los 24 y los 40 puntos.

El orador en la charla adopta un movimiento y ritmo repetitivo. La imagen que ofrece es de nerviosismo y, por desgracia, esa alteración la transmite al público y además resta credibilidad y fuerza a lo que está exponiendo. Es cierto que hablar en público supone un cierto temor, pero este debe terminar a los pocos minutos de comenzar. El profesional debe tomar las riendas de su actuación para poder centrar toda su fuerza en lo que dice y en cómo lo dice. Solamente así conquistará a su auditorio.

Cuando una persona se enfrenta a una conferencia debe preocuparse no sólo de sus conocimientos sino de cómo va a exponerlos. La puesta en escena en una ponencia es más importante que el contenido a ofrecer. Carnegie explicaba que “por regla general, gana el orador que, por hablar bien, hace que su material parezca el mejor. Tres cosas importan en un discurso y que son: quién lo dice, cómo lo dice, y qué dice. De las tres, la última es la menos importante”.

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