Los niños finalizan su periodo escolar después de comenzar oficialmente el verano. Y tras este acto comienzan las poco originales preguntas y comentarios de personas que apenas conoces: “¡Qué bien, los niños ya no tienen cole! ¿Qué vas a hacer con ellos?”, te interrogan mientras escudriñan tu rostro para ver un gesto de desesperación o de indignación y así poder ellos sentirse bien. Me dan ganas de contestarles barbaridades, pero intento responder a su falsa preocupación con una sonrisa y con un sincero: “Se merecen un buen descanso y yo poder disfrutar de ellos”, sobre todo porque los niños están conmigo escuchando la conversación y no quiero que se sientan culpables de nada.
Es verdad que cuando los padres tienen jornada laboral completa se les plantea una situación que no cuadra muy bien con su cotidiana realidad. Sin embargo, existen soluciones para todo, de ello ya se han encargado de informarnos los medios de comunicación durante estos últimos días: escuelas de verano, campamentos de verano, cursos, talleres, campamentos de inglés, granjas escuelas, incluso muchos niños vuelven a las guarderías. Es difícil buscar una solución que satisfaga a todos pero ¿se les pide opinión a los protagonistas de esas decisiones? ¿Por qué solo se tienen que sacrificar ellos? ¿Por qué los tenemos que tratar como objetos que los vamos poniendo y quitando de un sitio a otro?
Todos esperamos con alegría nuestros días de vacaciones que, por supuesto, consideramos nuestro derecho y que creemos fervientemente que nos lo merecemos. Sin embargo, creo que a más de uno se nos caería el alma al suelo si nuestro periodo vacacional fuera origen de, por ejemplo, las siguientes afirmaciones, todas recopiladas de internet: “Esta situación en la que los progenitores trabajan mientras los niños abandonan sus obligaciones escolares, genera no pocos problemas a todos los miembros de la familia”, o “la mayoría de los padres no dispondrán de tantos días de vacaciones como sus hijos, por lo que habrá semanas o incluso un mes entero en que los adultos buscarán desesperadamente tareas que entretengan a sus hijos”, o “las vacaciones escolares están a la vuelta de la esquina, y este año más que nunca, representan un problema y un dolor de cabeza para los padres: ¿qué hacer con los niños?”.
Para los padres las vacaciones estivales de nuestros hijos son sinónimo de “problemas”, “desesperación” y de “dolor de cabeza”. Lo peor de todo es que los adultos no tenemos ningún reparo en hablar con estos términos delante de los niños. ¡Pobrecitos!
Aunque sea verdad que esta situación supone cierto trastorno en el entorno familiar, los culpables no son los niños, por lo tanto intentemos cambiar nuestra forma de comunicar nuestra preocupación por esta circunstancia, porque estamos dañando la autoestima de las personas a las que más queremos, nuestros hijos. Y lo peor de todo es que los niños asumen su papel de malos por nuestra culpa, por no saber usar correctamente el lenguaje.
En este punto recuerdo como Carnegie en su libro “Cómo hacer amigos” nos alienta a: “Digamos a un niño, a un esposo, o a un empleado, que es lento o tonto en ciertas cosas, que no tiene dotes para hacerlas, que las hace mal, y habremos destruido todo incentivo para que trate de mejorar. Pero si empleamos la técnica opuesta; si somos generosos en la forma de alentar, si hacemos que las cosas parezcan fáciles de hacer, si damos a entender a la otra persona que tenemos fe en su capacidad para hacerlas, la veremos practicar hasta que amanezca, a fin de superarse”.
Por nuestro bien, y el de nuestros hijos, debemos cuidar nuestra manera de comunicar, no podemos pecar de ingenuos en materia de comunicación. La conversación es un arte que se debe aprender, y practicar, y como dijo Tambor en “Bambi”: “Si al hablar no has de agradar, te será mejor callar”
Publicado en www.protocoloimep.com