El protocolo social se fundamenta en tres principios generales que se deben emplear siempre en cualquier situación. El primero de ellos es respetar la condición y categoría de la persona con quien se trata y el lugar en que uno se encuentra. La segunda norma se refiere al seguimiento de los usos y reglas que demandan cada momento y situación. Finalmente es esencial tratar a los demás como uno mismo desea ser tratado.
Estas tres reglas básicas son el “a, b, c” del protocolo, pero no solo del social, si no del cualquier tipo de protocolo, es la base de la educación. No se puede consentir que alguien falte a una de estas normas, porque si no se ponen en práctica, si no se asumen, si no las convertimos en parte nuestra, dejamos de ser humanos para convertirnos en animales. Malos tratos, pederastas, violaciones…, todas estas anomalías (y las que estéis pensando) tienen un mismo germen: el no cumplimiento, el no asumir como propias estas actitudes.
Es necesario saber estar, saber comportarse en cualquier momento y en cualquier circunstancia. Esto nos llevará a actuar con cortesía y educación, pero también nos lleva a actuar con eficacia en el trato social.
La cortesía se basa, principalmente, en dos principios: por una parte la comodidad, cuando varias personas se presentan delante de una puerta es necesario saber cuál es la que debe pasar primero, sino habrá empujones; y por otra parte, el respeto al prójimo.
Todo esto ¿a dónde nos lleva? Pues a considerar la dignidad de las personas por encima de todo. Las buenas costumbres, el protocolo social, no es una manera de comportarse de unos pocos, de la alta sociedad. El protocolo social es poner en práctica el respeto que cada persona se merece, es tomar conciencia de la dignidad humana, es saber respetar, y tratar, a los demás en todos los ámbitos de la vida social, y por supuesto familiar, principalmente familiar. Si uno no sabe comportarse dentro del seno familiar, no sabrá actuar en sociedad.