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Cuando los niños no son bien recibidos en la Iglesia

Generalmente, cuando decidimos ir a visitar a alguien es porque nos apetece estar con esa persona, pero antes solemos comprobar que a ella también le viene bien. Aunque a veces esa visita viene originada por compromisos y en el fondo no nos agrada pero sabemos que debemos hacerlo. Sin embargo, al final la decisión es nuestra.

A mí me encantaría todos los domingos ir a visitar a Dios porque realmente lo deseo, aunque reconozco que en ocasiones voy por obligación e intento poner las excusas más variopintas: no llegamos, si vamos no podemos hacer la excursión, estoy cansada, ya iré más tarde… Menos mal que al ser familia numerosa siempre hay alguien que te quita la tontería y te recuerda que Jesús y la Virgen están esperándote sin necesidad de cita previa. ¡Son los anfitriones perfectos!

Es muy gratificante, y modelo de ejemplo, ver a matrimonios con hijos pequeños en las parroquias visitando al mejor Amigo que el cristiano puede tener. Y, cómo es lógico, los niños se comportan como tales y es labor de los padres enseñarles el comportamiento que un niño debe tener durante la celebración de la Eucaristía, que no podemos pretender que sea el mismo del adulto, porque sería antinatural.

Por experiencia propia sé que es muy duro enseñar a un enano cómo se debe comportar en la Iglesia. Yo misma, y más mi marido, hemos tenido que salir de la parroquia con el carrito y el niño porque no considerábamos correcto su comportamiento, y en cuanto se le pasaba volvíamos a entrar. Cuando una familia quiere disfrutar de la Misa del Domingo con sus hijos tiene que recorrer este camino y no es plato de buen gusto para nadie, los primeros los padres, porque se está en constante tensión. Es imposible que un niño sepa comportarse correctamente en una situación sino vive esa situación. Y para mí, quizás por mis limitaciones, es más difícil educar a un niño de doce años que a uno de tres, por ejemplo.

Así que, cuando el oficiante desde el púlpito te manda directamente a la calle con el niño es, como mínimo, como para pensárselo. Y estoy hablando de una situación normal con niños, no de unos padres que dejan a sus hijos comportarse en la Iglesia cómo si estuvieran en el parque, que también los hay. Por esto, cada vez que no puedo ir a mi parroquia con mi estimado sacerdote, no disfruto de la Misa porque estoy en constante tensión adelantándome al posible comportamiento de mis hijos.

Cómo es lógico, he vivido varias situaciones de este tipo y he sufrido al ver cómo a otras familias amigas les ocurre lo mismo. Está claro que no somos ejemplares, ni podemos considerarnos especiales, pero creo que es justo que se reconozca el esfuerzo que hacemos para que nuestros hijos vivan desde pequeños la fe sin tener en cuenta en qué iglesia la ejercemos, sobre todo durante las vacaciones que es cuando solemos cambiar nuestro lugar de residencia y, cómo es lógico, de parroquia.

Si todos ponemos de nuestra parte y actuamos con sentido común y comprometidos en la educación en la fe de los niños, cualquier situación se podrá llevar con total naturalidad. Estoy segura que de este modo todos los que visitemos a Jesús y a María los domingos disfrutaremos de un alegre y agradable encuentro. Y tal y como dijo Benedicto XVI en la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia en el 2005, “la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis el derecho de experimentar tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret escondido en la Eucaristía”.

En este punto también quiero recordar las palabras del Santo Padre en el Congreso Eclesial celebrado hace unos días bajo el lema “La alegría de engendrar en la fe en la Iglesia de Roma”: «Desde la infancia los niños necesitan a Dios y tienen la capacidad de percibir su grandeza; saben apreciar el valor de la oración y de los ritos, intuyen la diferencia entre el bien y el mal. Por lo tanto, acompañadlos en la fe desde pequeños«, según informa el Servicio de Información del Vaticano y añade que «desde siempre la comunidad cristiana ha acompañado la formación de los niños y jóvenes, ayudándoles no sólo a comprender con la inteligencia las verdades de la fe, sino también a vivir las experiencias de oración, la caridad y la fraternidad. La palabra de la fe corre el peligro de quedarse en silencio, si no encuentra una comunidad que la pone en práctica, haciéndola viva y atractiva», palabras del Papa que para familias como la mía nos anima y nos motiva a seguir yendo con nuestros enanos a Misa, aunque haya algunos que nos “inviten” a salir fuera.

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