En la vida existen ciertos acontecimientos sociales que solemos compartir la mayoría de las personas. Entre ellos se puede destacar el bautizo, la boda y el funeral. Enterrar a un ser querido es una de las vivencias más tristes a las que un ser humano debe enfrentarse. Yo diría que es la peor de todas.
La muerte lleva consigo el funeral y el entierro. Es decir, las personas que se enfrentan a la dolorosa despedida de un ser amado deben afrontar, también, los actos sociales que conlleva dicho adiós. “Son momentos de sufrimiento en los que especialmente se aprecian las muestras de solidaridad, de dolor y de cariño, cuando se reciben de familiares, amigos y conocidos”, publica Carmen de Soto Díez en su guía “Saber estar”.
La cronología de los acontecimientos sociales tras el fallecimiento de una persona suele ser en primer lugar el velatorio o capilla ardiente, el funeral y el entierro.
Carmen de Soto Díez aconseja participar en el velatorio solamente si se tiene “una relación de parentesco o estrechos lazos de amistad, ayudando a crear un clima de serenidad ante el dolor y evitando hacer repetir una y otra vez las circunstancias del fallecimiento”.
Al finalizar el funeral los asistentes deben saludar a los familiares para darles el pésame y “esto suele hacerse pasando delante de ellos, cuando permanezcan en la primera fila, o de la misma forma en el lugar de la iglesia en que se sitúen para recibir las muestras de condolencia”, comenta Francisco López-Nieto en su “Manual de protocolo”. Por desgracia, tal y como afirma Montse Solé en su manual “Saber ser. Saber estar”, “todavía hay personas que van a los entierros “a que los vean” o a “ver” y a encontrarse con alguna persona determinada, y están más pendientes de ello que de la ceremonia en sí”.
En cualquier circunstancia de nuestra vida, pero sobre todo en aquellos momentos en los que el sufrimiento invade a las personas, se debe mostrar tal respeto que se pueda comparar con el dolor de la familia que está sufriendo en ese momento.