Ser Comunicación

¿Cómo me llamo? ¡Mamá!

Cuando se tienen niños pequeños enseguida pierdes tu identidad y pasas de llamarte Ana, Silvia, Andrea o Sonia, a un simple y querido mamá. Estoy segura que a ninguna madre nos importa demasiado que utilicen un nombre común, en lugar del propio, si se trata de nuestros hijos. Es curioso cuando le preguntas al enano de tres años: “¿Tú cómo te llamas?”, y te responde: “Ricardo”. Y sigues con el interrogatorio:

-“Y yo, ¿Cómo me llamo?”.

-“¡Mamá!”, te contesta alegre.

– “No, Carmen”, le corriges mientras miras como su rostro es fiel reflejo de la extrañeza que le supone lo que está oyendo. Pero él no se da por vencido y mirándote con total convicción de lo que está diciendo, te responde:

-“Carmen, no. Mamá”.

Y por supuesto que le damos la razón. Sin embargo, no somos tan condescendientes con el resto de los seres humanos, porque como dijo Dale Carnegie: “Recuerde que para toda persona, su nombre es el sonido más dulce e importante en cualquier idioma”.

Una de las claves para alcanzar el éxito en cualquier ámbito de nuestra vida, ya sea familiar, social o profesional, reside en nuestra capacidad de recordar los nombres de los demás. Sin embargo, no es extraño que nos excusemos diciendo un: “Perdona, es que soy muy mala recordando nombres. ¿Tú nombre era?. Y esto sucede en los mejores casos, porque también suele ocurrir que después de estar hablando con alguien durante una hora, por ejemplo, se despide de ti nombrando a otra persona.

Recordar los nombres supone, generalmente, realizar un esfuerzo consciente y considerable, pero si tenemos en cuenta el beneficio que obtenemos, el sacrificio no es tanto. Cuando una persona durante la conversación llama a su interlocutor por su nombre, consigue que se sienta importante, único, porque le estamos identificando. Y esto juega a nuestro favor.

Una de las tácticas del buen, y eficaz, conversador es conseguir que la otra persona se sienta importante, y esto se consigue, en primer lugar, recordando su nombre. “Las personas se interesan más por su propio nombre que por todos los demás nombres del mundo juntos, afirma Dale Carnegie para quien recordar el nombre de alguien es un “halago sutil y muy efectivo”.

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